domingo, 15 de marzo de 2009

Memorias Reales IV

La Popy

 

Sé que en la infancia de todos hubo como mínimo una mascota, yo tuve varias pero ésta era bastante especial.

Popy entró en nuestras vidas, el día que fuimos con mi familia, padre madre y yo, a Pérez Millán, pueblo natal de mi madre. Recorrimos sus recuerdos en coche y almorzamos con sus parientes del campo, quienes como regalo de despedida nos dieron una gallina doble pechuga para nuestra cena. Mi vieja no era amiga de la matanza de los animales pero mi padre, que contaba con experiencia, aceptó gustoso. La experiencia de mi padre radicaba que en su niñez tuvo una tía que mataba las gallinas para el puchero. Las tomaba del cuerpo, les torcía el pescuezo y con un tirón violento les arrancaba la cabeza. Mi padre lo intentó una vez, y como le retorció el cuello menos de lo debido y el tirón fue más suave de lo necesario, la gallina se escapó con el cuello roto a lo del vecino, pero eso es otra historia.

Llegamos a casa a la nochecita, con una gallina en una bolsa de arpillera. Mi padre sentenció “no es hora para matar animales”, por tal motivo la gallina quedó en el patio y todos fuimos a dormir. A la mañana siguiente la familia en su totalidad, experimentaba sensaciones diversas: mi vieja no quería saber nada de algo tan cruel, yo tenía curiosidad igual que Quique y Juana, nuestros dos perros, pero mi viejo con determinación fue al patio en busca del pobre animal. El más curioso de todos fue Quique, mi perro, que acercó su hocico para olfatear al animal, y éste le asestó un picotazo certero que lo hizo retroceder con un dolor que solo expreso con un grito. Mi padre al ver ésto dijo, “La gallina se ganó un lugar en la familia”, así nació POPY en nosotros.

Dormía dentro de la casa, tenía una cucha y un lugar donde hacer necesidades, porque los animales de mi casa no cagaban, solo hacían sus necesidades y comía lo mismo que nosotros…Suerte que el concepto de canibalismo era humano y no de las aves sino pobre, la culpa que tendría cuando comía pollo.

Hubo un verano que fuimos a Mar de Cobos, TODA LA FAMILIA en carpa canadiense de 6 personas. La lista era: mi papá, mi mamá, mi abuelo Manuel, el Quique, la Juana, y la Popy. Recuerdo incluso que a la mañana temprano mi abuelo caminaba por la playa recordando para sí su infancia de marinero español, mientras yo trotaba entrenando para mi próximo torneo, mis viejos caminaban con los perros a su lado y la Popy, imagínense la foto!. Incluso igual que los perros, un día la Popy se metió en el mar, y abriendo sus alas se mantuvo a flote y la suave correntada de la orilla la llevaba y traía, siempre vigilada por el Quique y la Juana, obvio.

Una familia muy normal, dirán los lectores, la gente miraba entre sorprendida y curiosa. Piensen que Popy para ese entonces, ya estaba pasando los 10 kilos, era un verdadero monstruo con plumas, pero para la familia era uno de sus integrantes.

Falleció. Si, leyeron bien, falleció, porque Popy no murió, no fue sacrificada, ni fue víctima de algún depredador, simplemente falleció en un viaje que hicimos todos juntos en un Renault 12 a Córdoba, y a punto de llegar a destino, entre el calor y el sofocón, la pobre no pudo aguantar.

Tuvo un funeral digno de cualquiera, he incluso intentos de resucitación que fueron vanos. Nadie pensó en comerla. Sería una locura, es como comerse a un perro, ella era tan guardiana como el mejor de los caninos. Simplemente fue enterrada en Altagracia, en el patio de la casa de mis abuelos paternos.

Luego hubo peces, uno llamado pepa, teros, patos, ardillas, hamsters, un gato (que algún día contaré como murió), y hasta un gallito que era mascota de mi madre. También las gallinas japonesas, pero fiel a los sentimientos, nunca un perro reemplazó a otro, por ende, nunca otro animal reemplazo a la Popy. Hoy en día comemos pollo sin remordimientos ni culpa. Para nosotros no era un pollo, ni una gallina, era solo la Popy…. la que ponía sus huevos en la cama de mamá.

De más está decir que esto no es ni exagerando ni mentira, hay gente que llegó a conocerla, por desgracia, muchos no. Pero en mi vida Popy, junto con otras mascotas tienen un lugar privilegiado en mis recuerdos. Para ella estas líneas.

Ayer un niño imaginaba a su Popy en un cielo de aves ponedoras de huevos, hoy un hombre recuerda y escribe: Tal vez este sea su cielo, el cielo de la memoria.

 





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