jueves, 19 de noviembre de 2009

Remolino

Susanita no tiene un ratón, ni grande ni mediano y menos chiquitín, sí tiene dos hijas y dos nietazos, pero que a los efectos de la historia realmente son irrelevantes.
Susanita desde que nació fue una gran investigadora y soñadora, una mezcla que puede ser totalmente inofensiva siempre y cuando la duda o la curiosidad no sean de alto vuelo, (nunca mejor dicho esto último).
Todo transitaba normal en su vida hasta que nació en ella la idea de querer volar, sin alas, sin aviones, sin nada. Ubiquémonos en el tiempo, ella estaba en los albores de su adolescencia y deseaba con locura la habilidad de las aves, la libertad en el aire, sin miedo a nada, claro, teóricamente volar no tiene riesgos pero en la práctica la cosa puede ser más difícil.
Un día, en el que no pudo contener más sus ansias, se subió a un campanario para sacarse las ganas de la manera que fuera.
Aclaremos algunos detalles físicos antes que nada, ella no supera el metro y medio y pesa 39 kg, dato que realmente no es menor, porque si bien no es pesada tampoco fue diseñada con una estructura aerodinámica.
El caso fue, que una vez arriba del campanario y viendo lo alto que estaba (en realidad lo que veía era muy chiquitas a las personas del pueblo) como sea, le agarró un sano miedito, mas conocido como instinto de supervivencia, y lo que hizo fue saltar a lo seguro.
Tomo envión con una carrerita corta y dando un salto se colgó de la soga que hace sonar la campana mayor del campanario de la iglesia, habrase visto imagen mas graciosa, pobrecita ella, haciendo tanta fuerza hacia abajo inútilmente, ya que sus 39 Kgs no alcanzaban para mover el eje del sonoro instrumento, así que herida en su orgullo bajó como pudo y se fue a su casa.
Los años pasaron y la madurez vino, ya no quiere volar, más bien todo lo contrario, ahora ama la tierra.
Lástima que una tarde, una lluvia torrencial la encontró en la calle, el viento soplaba tan violentamente que ella se vió en un aprieto, y ojo, no era para menos.
Ese día vestía un poncho que con la fuerza con que soplaba la tormenta, se llenó de aire embozándose y haciendo que lentamente sus piecitos se desprendieran del suelo. Era todo un show verla, tan chiquita y menudita luchando contra las fuerzas naturales que la obligaban a despegar del suelo, y ella agarradita de un árbol trataba por todos los medios, ya no de ganar la lucha, sino al menos de lograr un honroso empate. Estaba envuelta en un remolino que la despegaba lentamente del suelo. Por suerte la tormenta no fue eterna y como vino, se fue sin llevársela.
Los años siguieron pasando y la madurez se juntó con la puesta en práctica de adolescencia trasformándola en una sabia.
Ya no amaba la tierra, ni el aire, solo amaba aquel lugar en donde ella estuviera. Así que un día la tormenta volvió por su revancha y lejos ella de luchar, se fue volando como una pluma a los confines del cielo… con su poncho al viento, su jean celestito, una remerita y su pelito color ceniza.. De vez en cuando aterriza, ojo no cae, sabe como dominar el arte de volar, y al estar con nosotros en tierra, nos llena de anécdotas de sus viajes por los aires de la libertad, y luego vuelve a despegar y a volar en son de esta libertad que obtuvo y ahora puede disfrutar.
Qué bueno Susanita que pudiste soltar y disfrutar de los manjares de la vida con total sabiduría, haciendo lo que el mundo de las reglas y las estructuras define como una simple y cabal LOCURA… que se jodan ellos ….por no romper esos paradigmas se pierden la posibilidad de poder volar.


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