lunes, 23 de febrero de 2009

Libertad

Frente al espejo comenzó metódicamente a peinar su larga cabellera roja, con el orgullo de saberla suya. Luego una suave base de maquillaje para atenuar ciertos rasgos y emparejar el rostro, un sutil delineador deja una marca negra como límite a sus ojos, y un rojo intenso, que combina con su pelo, decora sus labios carnosos.Se pone un trajecito en tallado, bello pero discreto, unas medias transparentes de tono natural, para remarcar las delicadas formas de las piernas, y por último un poco de perfume floreal, antes de calzarse sus tacos de color negro, que hacían juego con la cartera, miró de reojo la cama y vio a SU AMOR descansando, y pensó: “perdón pero necesito un poco de libertad”.Salió de la casa y tomó un taxi, directo a San Telmo, se bajó al primer acorde de un bandoneón lastimoso que salía de una tanguería. La mejor forma de identificar San Telmo.Se fue a un bar, se sentó en un rincón en penumbras mirando hacia afuera.Su intención nunca fue una aventura pasajera, ni un encuentro clandestino, ni se tentó con la infidelidad, solo quería arreglarse, soltar las ataduras, y disfrutar de un noche fresca sin las presiones diarias, sin las rutinas de la vida, sin caer en la vieja trampa, que sin intención ni malicia, construyó junto a su familia. Su amor, sus dos hijos.Tomó un trago fresco y dulzón, miraba la gente, ciertos caballeros se arrimaban a entablar conversaciones pero muy educadamente los alejaba, solo quería estar en soledad mirando algo fuera de su rutina.Miraba el exterior, con la banda de sonido de los tangos de Pugliese, y le nacían ganas de bailar, pero no podía, no debía, así que solo entornaba los ojos y entre pitada y pitada de sus cigarrillos Gitanes imaginaba ese baile con orquesta típica y bebía un sorbo de su trago, felíz y cómplice de su sueño.Así pasaron horas entre tangos, tragos y puchos que mataba en un cenicero y que tenían su sello rojo de labial en la colilla.Pagó la cuenta, dejó un propina para la dulce mesera que gentilmente respetó su tranquilidad, y se fue por un taxi.Llegó a la casa, la abrió lentamente y a hurtadillas entró a su habitación.Su amor dormía en sueño profundo, lentamente se sacó el maquillaje, para no ensuciar las sábanas y guardó las medias y el vestido en el ropero. A veces relajarse es ser imprudente, y justo al sentarse un leve agitar de la cama despertó a su amor quien le dijo…¿Carlos que hacés?Nada amor fui al baño…, respondió una grave voz.Se acostó y entrecerró los ojos, mirando, con una sonrisa cómplice y picarona, el rincón de su cuarto donde estaba secretamente escondida su bella peluca roja, y antes de dormir repasó su noche de libertad.Tenía terapia, y no deseaba olvidar los detalles, para contarle al Dr. Strauss. Apagó la luz, y durmió.


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